Llegué a este disco casi que accidentalmente y a una edad tardía. Mi amiga subió en su Facebook el link a “The Summer”, que es una canción que me gusta mucho, y Youtube me llevó de la mano por el resto del disco. Una vez, uno de los fundadores de este blog me rezongó por escuchar canciones aisladas en vez de discos enteros, y es cierto, es un mal hábito. Aparte, “claro que conozco a Yo La Tengo”. Sí, claro que los conocía, pero... más conceptualmente que de verdad. Canciones aisladas. Prestigio indie. Una de mis personas preferidas del mundo tiene un libro que se llama Cómo hablar de libros que no se han leído, de Pierre Bayard. Muy recomendable. El señor es un profesor de literatura, al parecer prestigioso, y confiesa que nunca leyó Ulises, pero da clases sobre él. Y todos los que juramos cultos o informados seguimos varias de las recomendaciones de él, no de manera alevosa, sino que casi sin darnos cuenta. La reputación te la suelen asignar los otros, pero después uno es el que se siente obligado a mantenerla.
Una vez, aterrada y sin ideas, escribí sobre Lolita en un parcial de teoría literaria. No lo leí, pero sabía la trama, los tropos, el “narrador no confiable”, etcétera. Me saqué un hermoso 10. Y eso que era una clase jodidamente difícil y que la cara del profesor, quien en ese momento se encontraba en Estados Unidos, estaba proyectada, gigante, sobre el pizarrón, porque él insistió en hacer conferencia por Skype. Cuando alguien tenía una pregunta, la profesora-niñera le decía que “consultara a Emilio”. Y entonces el pobre alumno tenía que dirigirse a la computadora, tímidamente, y hacer su pregunta. Emilio, gigante en el pizarrón, gritaba: “¿Qué? No te escucho nada”. El alumno se ponía más nervioso y hablaba aun más bajo, y Emilio miraba desde el pizarrón confundido, como un Gran Hermano torpe. Finalmente, Emilio se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y espetó: “¡¿Me estás proyectando en el pizarrón, Elena?!”. La profesora-niñera corrió presurosa a tapar el proyector, lo que nos dejó a la merced de los ruidos inquietantes que producía Emilio de vez en cuando, ya sin el contexto de la imagen. Me pasé la primera media hora del parcial riéndome histérica y sin escribir una sola palabra, entre la alegría verdadera de estar en una situación tan absurda y el terror de no tener ni idea de qué escribir.
Con este largo paréntesis, lo que quiero decir es que uno puede cómodamente -e incluso en situaciones grotescas- hablar de libros, películas y canciones que no vio ni escuchó de primera mano y aun así sacarse un 10, porque hay cosas que están en el aire. Referencias en otros libros, comentarios que escuchamos, parodias, incluso. Podemos llegar a convencernos de que lo experimentamos nosotros mismos. Pueden, sinceramente, llegar a ser parte de nosotros mismos, tal como Lolita estaba muy presente en mi cabeza sin haberlo leído. Entonces yo andaba por la vida diciendo que me encantaba Yo La Tengo. Y con Fakebook me di cuenta de que oh, sorpresa, realmente me encantaba: fue un alivio poder convertir la mentira en verdad, como diría Maggie en La gata sobre el tejado de zinc caliente (¿importa si lo leí?).
Con decir que escuché “Speeding Motorcycle” cantada en vivo por Daniel Johnston antes que en la versión de Yo La Tengo, les estoy dando una vergonzosa referencia temporal (de Daniel Johnston tampoco sabía nada cuando vino a Uruguay; me convencieron unas amigas, que era en La Trastienda e iban todos mis amigos “entendidos” en música, y que conseguí una entrada a mitad de precio).
Fake book, “libro trucho”, como mi versión personal de Lolita.
Ya con la tranquilidad de haber escuchado un disco de ellos entero, compré la entrada para ver su segundo toque en Montevideo y parloteé con todo el mundo de lo emocionada que estaba (de verdad lo estaba). Saqué un día libre en el trabajo y todo para ir. Para mi enorme decepción, sólo hicieron una canción de Fakebook, la última del toque, de hecho; el resto fue una cuestión más ambiental y menos melódica que los entendidos amaron, pero que a mí me dejó insatisfecha. Claro que no lo manifesté; qué necesidad de pisarse la sábana.
Después, con culpa, escuché otros discos de ellos, pero volvía una y otra vez a Fakebook: cuando estaba contenta, cuando estaba triste, como un arrullo a la hora de dormir. Para mí es un disco perfecto: empezamos con las guitarras haraganas, casi surferas de “Can't Forget”, la voz amable y tranquila de Ira Kaplan y el contrapunto oscuro y sedoso de los coros de Georgia Hubley. Después viene “Griselda”, una cosa medio country con una letra pícara y tontita que le levanta el ánimo a cualquiera. Seguimos con “Here Comes My Baby”, que Youtube me dice que es de Cat Stevens pero para mí es una mezcla de todas las canciones palomitas de los primeros discos de los Beatles.
Y pensaba dedicarle una línea a cada canción, porque se lo merecen, pero esto se está haciendo muy largo, así que sólo destaco algunas más:
“The Summer” soy yo de niña jugando en la calle una noche de verano, cuando todos los niños nos quedábamos hasta las doce de la noche afuera.
“Speeding Motorcyle”. Como ya conté, tuve la oportunidad de ver a Daniel Johnston en vivo. Fue agridulce ver a un hombre que obviamente disfruta de lo que hace pero que a la vez parece costarle mucho. Este cover me cae muy bien porque Kaplan lo canta con tanta calidez que no puedo evitar pensar que hay mucha comprensión (no compasión o lástima; comprensión) detrás de eso.
“Oklahoma, USA” siempre me rompe un poco el corazón. ¿A quién no le ha pasado alguna vez lo que le pasa a la protagonista? Fantasear con el esplendor mientras mirás las paredes descacaradas que te rodean.
“Did I Tell You”, una canción que por cosas que no te incumben, querido lector, me recuerda a un verso de una canción de los Red Hot: “And when I walk alone I listen to our secret theme” (sólo que es tan secreto que es más bien “my secret theme”).
Y terminamos con “What Can I Say”, que no sólo está toda cantada por Georgia, lo que es un plus, sino que la letra, combinada con el tono de resignación en su voz, siempre me hace sonreír.
Háganme el bien de correr a escuchar este disco. Si fuera un hábito, sería como tomarse una ducha: nunca aburre y siempre te hace sentir mejor.
Sol.
PD: Siempre pensé que la mancha negra de la tapa era un gato, ni siquiera me lo cuestioné. Un día me di cuenta de que de hecho era una mancha negra. Fue un momento de lucidez, pero luego volví a ver al gato y así seguirá sucediendo.
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