Ya pasaron dos años desde que el colectivo Estampita Records salió de las cuevas al bandcamp con Cosas de la civilización, un compilado de temas con retrogusto a manifiesto y olorcillo a espíritu adolescente. "Venimos a quemar todo", parecía anunciar el tiranocyborg que Uni materializó en la tapa. 11 temas grabados con ansiedad de estudio casero, un poco más lejos del lo-fi democrático y resignado. La carta de presentación de un puñado de bandas unidas más por modos de producción que por cordones umbilicales estéticos, que en estos dos años generó una cantidad incontable (contable si hubiera paciencia; no hay) de espacios de difusión, alianzas con otras movidas emparentadas y eventos preferentemente gratuitos, rasqueteando la ciudad en busca de rincones para tocar que hayan escapado al escáner de la Intendencia de Montevideo -en alianza con algunos vecinos de bien- y su política de que un decibel de un bar es más indeseable que uno de un taller mecánico, del vómito grave del caño de escape de un ómnibus o de un tablado en algún febrero que dura cada vez más que 28 días. Si Cosas de la civilización era una promesa calculada en horas de grabación hogareña -todas las bandas se internaron un fin de semana en la residencia de los hermanos Garrido, AKA Los Mostachos-, este sucesor llamado El progresismo tiene sus ventajas es una docena de temas grabados en vivo o en salas de ensayo, como un testimonio de un cardumen de músicos movedizos, como una foto de un inspector de tránsito o un diario de ruta descargable en formato MP3. Y gratis, porque los de Estampita no buscan dinero sino fama, ese subgénero del amor.
1. Drypenes - "Crema". Un trío de batería imperturbable + bajo gordo y con revoloteo sinte + guitarra melódica clean primero y ruidosa después. Hay que mencionarlos: Sonic Youth. Un coito interrumpido instrumental (también lo era el tema de los Zalvajes que abría el compilado anterior) basado en dos acordes que sube, baja un poco y finalmente despega y revienta enseguida como el Challenger con su maestra a bordo. El bajo puede parecer monótono y repetitivo pero, como en una carrera automovilística, hípica o humana, cada vuelta es diferente de la anterior. Hay variaciones melódicas y en resonancia y cutoff, que al oido suenan a una deformidad sonora que abre y cierra la boca. Habrá que verlos en vivo para saber si generan varios climas desde un equilibrio estudiado (bah: primero, si son una banda instrumental) o si triunfa la fórmula y la improvisación.
2. Los Mostachos - "Play De Drums". Raúl Garrido, que toca de drums en Drypenes, acá deja el banquito a su hermana Martina y agarra la guitarra para desgarrar riffs áridos, por momentos atonales e imposibles de tararear. Como los White Stripes pero hermanos de verdad (o autores de un engaño muy elaborado), este dúo sin bajo también machaca sus instrumentos en ciclos repetitivos y en un in crescendo visceral sobre una letra simple que nadie oculta que es excusa para tocarrr.
3. Lusers - "F.T.P.". La primera vez que vi a los Lusers me asaltó el siguiente pensamiento: el punk es música que dice la verdad y por eso en algún momento hay que dejar de tocarlo. En el disco La cosa que se lo comió todo, la banda Losers se divertía con un punky ramonero-greendayero con bermudas pescadoras por abajo de las rodillas y esas melodías que siempre vuelven al inicio, cuadradas como las armonías de las canciones de cuna. Ahora, con una vocal cambiada en el nombre de la banda y un guitarrista más, la apuesta también va por el lado de la repetición: sobre una base batería&bajo y guitarras latosas aparece la frase "todos tus amigos pueden ser policías" (que podría dar una idea para nombrar una banda) una y otra vez, susurrada al principio y al final rota en un grito paranoico. El cuelgue de instrumentación con aire a jam va perfilando este primer cuarto del disco y los Lusers parecen haber puesto el punk en remojo, capaz para dejar de decir la verdad. Dios le da punk al que no tiene ¿clientes?
3. Lusers - "F.T.P.". La primera vez que vi a los Lusers me asaltó el siguiente pensamiento: el punk es música que dice la verdad y por eso en algún momento hay que dejar de tocarlo. En el disco La cosa que se lo comió todo, la banda Losers se divertía con un punky ramonero-greendayero con bermudas pescadoras por abajo de las rodillas y esas melodías que siempre vuelven al inicio, cuadradas como las armonías de las canciones de cuna. Ahora, con una vocal cambiada en el nombre de la banda y un guitarrista más, la apuesta también va por el lado de la repetición: sobre una base batería&bajo y guitarras latosas aparece la frase "todos tus amigos pueden ser policías" (que podría dar una idea para nombrar una banda) una y otra vez, susurrada al principio y al final rota en un grito paranoico. El cuelgue de instrumentación con aire a jam va perfilando este primer cuarto del disco y los Lusers parecen haber puesto el punk en remojo, capaz para dejar de decir la verdad. Dios le da punk al que no tiene ¿clientes?
4. Julen y la Gente Sola - "La casa de Petaca". La primera canción-canción-canción del disco. Siempre presente en el ámbito de todo lo que está debajo de otros ámbitos, una de las viviendas de esa chafi apodada como mucho alcohol en poco espacio es el escenario para una canción autorreferente. Una noche de bandas que hacen vibrar el cemento montevideano con parlantes alquilados. Alguien que presta su morada para que la habite el ruido y los pisos se tapicen de colillas. Parejitas de dos o más gente apretan en rincones domésticos que no disimulan nada. Creo que la noche en que surgió la idea de esta balada estuve ahí, negociando cigarros con el asma, pero sacarse cartel de eso sería ignorar que la casa de Petaca es un arquetipo, un modelo de autogestión o/y una forma de complicidad. Un tema no tan nuevo de Julen, bisagra entre su disco debut y las cosas más raras que la banda mimada de la escena está tocando en vivo. La letra no tiene pudor en mencionar a otra banda de Estampita, porque los círculos son así.
5. Viejos Trips - "Bad Trip". Sobrevuela un desgano de resaca y una letra que parece aburrirse de sí misma. La guitarra se ahoga de chorus mientras alguien cuenta que se duerme o se muere. Una canción hecha de tedio y malviaje, antipática a lo My Bloody Valentine y rara en un compilado armado con rarezas. Cada cual tiene un trip en el bocho.
6. La Nelson Oliveira - "Crap". Esta banda escandalizó a las señoras que escuchan El Espectador cuando pasaron su versión coprofílica y llena de clitorazos de "Johnny B. Goode". Era sólo la cara más provocadora de La Nelson, capaz también de tomarle el pelo a la música mainstream uruguaya que ya nadie respeta y de generar momentos extrañamente emotivos como la amistad entre el perro y el drogadicto en "Gondolero" (tema del compilado anterior) o de dibujar la infancia aventurera de luchas con palos en una canción aún inédita. En esta reimaginación escatológica de "Creep", de Radiohead, tocada con buen oído (con un pedazo de "Gris" de Loop Lascano al final), La Nelson vuelve y vuelve sobre una situación de un water tapado con obsesión adolescente y total seriedad adulta en la voz calibradísima de Hoski. "Puse una papelera / y nadie la respetó" podría ser un hallazgo letrístico de buena observación cotidiana, pero no me atrevería a defender con mucha solemnidad una canción que habla de defecar. La ordinariez de La Nelson siempre me dispara la idea de que hay más vulgaridad en tres minutos de Pettinatti o Tinelli, que evitan decir mierda y dicen miércoles (nosotros, amén), una buena educación aparente que no es más que fachada para transmitir las ideas más horribles pero con lenguaje para toda la familia. La Nelson es así: hay que tomarla o dejarla. Y a cagar.
7. Nina - "Mostro". Un chico y una chica, una guitarra, un aparatito que hace ruidos. Las letras de Nina parecen casi siempre querer confesar algo que lleva un tiempo bajo represión, pero se arrepienten en metáforas antes de redondear la idea. Un reproche de ex ("por eso nunca te enteraste / la paranoia que me causaste"), que pega en los costados más empáticos de esa albóndiga que late en el pecho, se puede transformar en una imagen de impacto sugerente ("electrocuto un mostro perfecto") en dos líneas de distancia. Un dúo de inspiración velvet que entona con voces imperfectas canciones mínimas con rasgueos de fogón y brotes medio freak, que podrían sonar en un bolichito de Valizas en un universo paralelo donde hay dos lunas de distintos colores.
8. Comunismo Internacional - "Imperio del Paraguay". Si este dúo mutante y psicodélico le dedicó el más redondo de los tres discos que publicó este año a un rey africano caníbal, resulta natural esta fascinación paraguaya: se dice que fueron guaraníes -y no charrúas- los que se almorzaron al pobre Solís cuando llegó a las costas del país que hoy ofrece espectáculos internacionales en un teatro que lleva su apellido. Extrañamente rasgueada y no arpegiada, esta canción tiene todo lo que se espera de Comunismo: sobredosis de sintes y ruiditos, teclados que parecen el resultado de ratos largos de girar perillas en busca del timbre perfecto y una letra que aparenta no creer del todo en sí misma.
9. Federico - "Tsunami en San Luis". La muerte propia visita de nuevo a este botija, cantante de Julen, que en el tema "Curco" de su grupo paralelo Las Valerias confiesa intenciones antisociales de suicidio pero hasta ahí nomás. El apocalipsis llega en forma de tsunami -la más japonesa de las pesadillas junto con los peligros de la energía nuclear- casi como un alivio novedoso en unas vacaciones de balneario apagado. Otra muestra de la hiperactividad de uno de los compositores revelación de esta movida que llamaríamos indie si la palabrita aún significara algo.
10. Amëba - "Partido". Más prolija que las canciones con arreglos con aire a improvisación que esta banda tocaba hace unos años, hay algo de Pescado Rabioso en este tema de melodía delicada, de instrumentación falopera y un cantante que tiene un control de su voz que se escucha poco en casas como la de Petaca.
11. The Bugs, the Fat and the Don't Know What - "Alain". Pienso en Resnais porque no conozco otro. O en Aladdin (Sane). La más larga de las canciones del compilado -dura diez minutos y monedas- es una cadencia lisérgica con colchones de órgano pinkfloyderos, acoples, ruidaje, una guitarra que se estira y se contrae y una muchacha que lamenta como si su voz fuera un instrumento más.
12. Hoski y Gladis Bertulo - "Valpo". Grabación de calidad fea. Base Kusturica y el cantante de La Nelson, también escritor, que interpreta un fragmento incomprensible de uno de sus mejores cuentos, una crónica de una visita a Valparaíso degenerada, autodestructiva y premiada en algún concurso literario hace unos años. En el cuento, la tercera persona entra y sale en un vaivén como de garche y narra las desventuras de un uruguayo insoportable que arruina una noche chilena entre alcohol, sustancia y promiscuidad de poetas. Esta grabación que cierra el disco está incompleta y rota, pero podría ser una muestra mínima del costado literario de Estampita que en los recitales cobra forma de stand de fanzines, libros autoeditados, cómics y la presencia de La Propia Cartonera; aliados nuevos en un circuito que cada vez aparece más interrelacionado y que desde que se promociona en la tele y en los diarios tuvimos que dejar de llamar under.
Si El progresismo tiene sus ventajas fuera un objeto urbano, sería uno de esos mojones que la Intendencia puso en Pocitos para la gente que corre: una marca clara de cuánto (re)corriste mientras mirabas las franjas rojas de las baldosas crecer a medida que las blancas se agrandan y después viceversa y, más allá, una rambla que deforma las distancias y que en el misterio de su curva hace desear lo que viene después.
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