lunes, 20 de julio de 2015

Alberto Mastra – Un oriental para el mundo (1956)


Hay actualmente (y no sé por cuanto tiempo) en Fundación Unión una exposición curada por Pablo Thiago Rocca que se llama Arte Naïf en Uruguay. Hay un mosaico de Perón, caballitos, ángeles y sirenas, novios y vírgenes. Hay la cosa más perfecta: las delicadas obras de Alberto Mastra.

Alberto Mastra es uno de los mejores y más olvidados cantantes/compositores/músicos de este país. A fines de los años 50, por problemas de salud, comenzó, inspirado en los barquitos, a hacer pequeñas escenas dentro de botellas. Escenas tangueras, en su mayoría, o que remitían a cierta mitología del tango.

Si pensamos en la separación y la elección que hace Borges en Evaristo Carriego, Mastra tomó probablemente la senda opuesta. El zapatero (su padre), la nona (su nona), la mamá, el taita, la novia, el cieguito, el canario, el canarito ciego, el bohemio, más al estilo de Raúl Gonzáles Tuñón. En sus botellas habitan ínfimos personajes que viven eternamente su escena, como en una postal que no envejece. La botella guarda, detiene el gesto, “inmortaliza la pose” (son palabras de Appratto). Allí quedan, de madera de ceibo, sauce o álamo, las figuras en un baile detenido y eterno. Las botellas dentro de las botellas, la jaula dentro de la botella y sin pájaro. Su inclusión (por parte del curador) en la categoría de naïf hace repensar la música de Mastra, en tanto a su lugar dentro de la lírica del tango. Hace volver a oír esos discos clandestinísimos (sólo se consigue, que yo sepa, en buen estado Con permiso, una compilación editada por Ayuí/Tacuabé), volver a oír sus canciones en la voz de su más destacada y brillante discípula, Lágrima Ríos (no hay que perderse sus versiones del Candombe Federal y de Luna morena, pero incluyó letras del maestro en todos sus discos), en la voz del mayor cantor del tango arrabalero, Edmundo Rivero (oígase su interpretación de Bonjour mamá o No la quiero más) o en la del inigualable Roberto Goyeneche (Aguantate Casimiro). 

Habla Rocca en el catálogo de la muestra de la búsqueda, en los naïf (y él se refiere estrictamente a las artes plásticas), de “una figuración emotiva”. Esa es una definición para la poética de Mastra. Oígase su canción más conocida, tal vez, Miriñaque, o Mi viejo el remendón. Una nostalgia cruza su obra, un ubi sunt perpetuo e irresoluble que tiene mucho de lo que puede ser el tango, una tristeza vieja, que viene de la Italia de sus mayores, que lo hace sentir, sufrir y compartir el destino de los negros, arrancados de sus tierras que no recuerdan, porque jamás conocieron. Las letras sueltan esa tristeza, tristezas mínimas de barrios pobres, de vidas simples, pueblerinas. No olvida su origen de la Aguada, sus días de cantor niño en el Parque Urbano (hoy Rodó), cuando se ganara el apodo de “Pequeño Milagro” o “Carusito”, ni pierde la voz, que sobrevive como por detrás de los años. Captura entre los zanjones, entre la basura y desde el olvido, unas imágenes de una belleza (por su candidez) inagotable. Recorre y pinta destinos con trazos muy suaves, pero de una economía de recursos extrema, “y en la calle desolada / hay un congreso de tachos de basura / un mítin de perros sin ventura / disputándose las sobras arrojadas”, dice en Harina amarga, canción con ecos de la poesía de Juan Parra del Riego. Lo cursi, y aún lo kitsch (entendido como una apelación a formas, lugares y motivos fijados para suscitar emoción rápida en el espectador) se engarzan en los textos en un perfecto equilibrio con ciertas metáforas, con ciertos movimientos. Y no hay que olvidar su arte de guitarrista, zurdo que no cambia las cuerdas y escribe músicas de gran poder y que son inseparables de esas letras siempre al borde del llanto o de la sonrisa pícara (El viaje del negro, La fulana, Así fui yo). Falla a menudo Mastra cuando quiere ser épico (canciones dedicadas a Artigas, o a los charrúas, por ejemplo). Lo suyo es el trabajo auténtico del miniaturista; el que elabora a partir de los restos, que arma (porque no se crea ex nihilio), con frases recortadas, con lugares comunes, con personajes estereotípicos, el arte que dice no a la pujante nada.

Si este disco, si cualquiera de sus discos fueran algo, serían esas diminutas creaciones en botella “y humo en el horizonte”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario