lunes, 7 de diciembre de 2015

La poesía española de hoy y de siempre. Los unos por los otros. Tomo II y III Paco Ibañez (1982)


Como si fueran lo mismo
A un médico rural


Ahora que un querido amigo está en problemas, encuentro la forma de hablar de este casette –después disco– o uso la excusa para enviarle ánimos y decirle: no todo es así, aquí estamos.

De entre los cantores españoles (esos fab-four que nunca tocaron todos juntos), Sabina el roto, Serrat el lindo y Serrano enamorado (a ese llegué después), mi preferido es Paco el desprolijo. Con la cara transpirando vino de tasca de mala muerte y la camisa medio abierta del botón saltado, sin bombín. Paco para mí; Paquito para mí madre desde siempre, desde mi más inocente, ingenua, infancia, desde el lobito bueno –canción de cuna– a Don Dinero, de estribillo que retiñía. Primero, desde un casette de cinta gastada que ya apenas se escucha; después como el regalo restituido de un amigo, que vino a suplantar la ausencia con CD de orden y muy pirata –saludemos la bandera que por mucho tiempo nos permitió recordar–. Voy a hablar del tipo a quien, habiendo tantas cosas de gente mejor, no le parece cantar sus propias canciones y le presta su voz a los poetas que celebran el pueblo y odian a la chusma sentenciosa, al necesitado en plaza, todo el mundo le es mordaza, aunque él por señas se queje.


Estos días, revisando las viejas coplas, llegué a la conclusión de que existen tres etapas para escuchar este disco: la convicción; el juego; y la derrota, el pesimismo. Como en las teorías, estas etapas no se encuentran puras, distantes de la realidad tangible; al contario, son antes amagues que concreciones, pulsos, cimas y abismos en la pantalla de un monitor cardíaco. (1)

(1) Vale avisar que pecaré de panfletario e iluso varias veces hoy, dice que pecado es hablar mal de los vecinos y que pecado no es besarse por los caminos.

***

El silencio que pesa

No entiendo cuál es la relación que existe entre mi niñez en Durazno y estos posts sobre discos. Me resultan secuenciamientos de un relato que me dictaría la difusa línea entre los necesarios recuerdos y olvidos. Existen pocos lugares en los que puedo llegar tan atrás: un mundo al revés, un pirata honrado y una bruja hermosa (como en eco corregido, después de consultar, recuerdo: es Goytisolo). Entonces, viene al caso comenzar por el 27 a mis 27. Somos a muerte lo ibero y golpe a golpe apenas nos dejan decir que somos quien somos. Celaya me mira niño repetir las consignas encendidas y sentirlas verdad al ritmo de vértigo –vértigo de gusanito manzana, dirán– de la guitarra y la voz convencidas, exaltadas, cada vez que todavía estaban allí los males de este mundo; como el mutuo amorio entre cuerdas, tanto rojo de república, pronto habría guerra, y mis cantares no podrán ser sin pecado un adorno, estamos tocando el fondo, estamos tocando el fondo.

Beberé de la esperanza de un Federico ausente mi nombre: y poesía para el pueblo mientras, me llamarán, nos llamarán a todos. Solo esta noche escritas estas líneas aprenderé al fin e irremediable su ausencia entre los doce o veinticinco temas, como si fueran las cinco de un día en Granada. Fueran tuyos estos olivares de tus amigos y fueran con Whitman a descansar a un supermercado en las largas cadencias que te admiraban, añoranza de los nortes generosos; fueran esos nortes los únicos y de Ginsberg my queer shoulder to the wheel la regla... Pero antes de dormir esa muerte –tercera etapa adelantada– vendrá el cascarrabias de la Cruz de Calatrava con su nombre aterrido en la punta de narices mentadas antes de que existieran; confundida, y en realidad de la autoría del tabique más espigado, la letrilla de mi mayor favor infantil, Verdad mentira –hoy todo un Romance Satírico–, como si culterano y conceptista se hermanaran dando razón común a Don Dinero, tan por Galeano invocado –antes que fueguitos, las memorias inflamadas–:

Nace en las Indias honrado
donde el mundo lo acompaña
viene a morir en España
y es en Génova enterrado


Termina el recreo, y la risa de las ocurrentes rimas del siglo de oro se destiñe hacia el presente sin augurios favorables. Hay algo que ya lo anuncia, como un Neruda que qué hace en Chile si se viene Pinochet. También hubo voz de Paco para los 20 y la canción –otro disco que se cuela–, desesperados por el desengaño crudo de hoy quedar sin altares, forzada secularidad de leyendas al descubrir demonios también en santos. Volvamos, es amarga la verdad pues amarga quiero echarla de la boca... Nos tornaremos en torno de cristal ante la muerte y como entrando lento en un ritmo de contrabajo –¿será?–, la nueva nana, la mora con dientes verdes...

No todo es el triunfo de cuerpos y gritos a la calle, a la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo y decir que pues vivimos anunciamos algo nuevo. No, tú no puedes volver atrás, porque la vida te empuja como un aullido interminable y las mujeres presas en la noche compartiendo palabras para Julia, como si sostenerse fuera ser un hombre solo, una mujer, así tomados de uno en uno son como polvo, no son nada. Frente a la poesía, arma cargada de futuro, las palabras no sirven, solo son palabras. En una convivencia imposible las dos frases superpuestas, nocturno desosiego irresoluble. Si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra. Es que siento esta noche heridas de muerte las palabras...

Entre el contrabajo ensordecido, la guitarra inquieta –revoltosa de a ratos, muchos andaluza y triste– un llanto o un luto, la voz rota de España que me duele mía. Un telegrama, la noticia de un mundo caido: ¡Ay, de mi Alhama! ¿De qué lado soy infiel? ¿O emperifolado con bonitas consignas cuando repetirlas es negar?

Faltan muchos versos y nombres del casette de infancia –solo el tomo dos, doce temas– devenido en disco casi adolescente –ahora sí la mayoría de edad de los veinticinco temas completos, tomos dos y tres–; los versos perdidos de sus canciones y de sus poetas –sacrílega memoria sin orden de archivo– y los años superpuestos en la desprolijidad del antiguo incondicional cariño que si se examina profundamente –¿debería?– deja amargo gusto a verdad. Mejor, entonces, no los nombremos a todos, invitar a callar antes que arriesgarnos a tiritar, Caínes semptiternos, en algún lugar de lo que creímos ser.

Si este disco fuera un recuerdo, sería en las afueras de un pueblo del interior, una avenida que da a un puente de antes; un amigo entrañable que subía a solas lo lejos en visita frecuente. Pero también desazón y desosiego. Duerme ligero, mi niño, que si la mora viene, en el sueño escondido no podrá verte...

Fegi.

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