I
Hice
la escuela a finales de los 90s. Mis compañeros escuchaban cumbia.
Uno de mis hermanos más grandes estaba colgado con los Buitres y
otras bandas de rock uruguayo y en su cumpleaños le regalaron un
disco todo negro con un bandoneonista sin rostro llorando bajo la luz
de un farol. El disco era Tango que me hiciste mal de los
Estómagos y la tapa supe mucho después que era de un tal Pedro
Dalton... En fin: aproveché ese y otros discos de mi hermano y los
usé como escudo no solo para defenderme del mundo adulto sino
también de la imbecilidad del mundo adolescente que me rodeaba: el
liceo, los cumpleaños de quince, los sistemáticos fracasos
amorosos. Tango que me hiciste mal, como la serie de discos de
rock nacional que le sucedieron en los 80s, tuvo la propiedad cuasi
mágica de hablarme en el lugar y el momento indicado.
II
Precisamente
hay dos formas de anacronía: una es fértil y significa la relectura
del pasado poniéndolo en relación a un presente que no podría ser
adivinado pero que se ilumina en la relación misma; la otra, se
opone al tiempo mismo y consiste en una actitud porfiada que niega el
devenir y se empecina en la reivindicación de luchas perimidas, en
guerras frías contra enemigos muertos. La mayor parte de los
rockeros de los 80s son unos dinosaurios misántropos. La otra parte,
los menos, han logrado reciclarse al precio de la repetición al
absurdo (Buitres), la contradicción ideológica (Tabaré Rivero) o
el renunciamiento al pasado como una medida salvadora (el Cuarteto de
Nos). Los dinosaurios y sus seguidores resentidos insisten en que el
rock postdicatura tiene una única lectura punk-política. El
malestar solo se entiende por el proceso de vuelta a la democracia.
Nos quieren arrebatar el malestar por el malestar mismo, nos quieren
negar la posibilidad de sentir la tristeza y la depresión al margen
de las causas que la pueden haber originado. Tango que me hiciste
mal arranca con “Gritar”, una canción que no admite una
separación entre punk y pospunk, entre una cuestión generacional
política y el mero malestar adolescente. Está todo mezclado y
nosotros que no vivimos en el 85’ seguimos vibrando con aquello de
“la puerta cerrada de mi cuarto // a mí alrededor la oscuridad...
“.
III
Tango
que me hiciste mal es el primer disco de los Estómagos. Editado
por Orfeo en 1985 funciona a manera de síntesis del proceso creativo
que la banda venía teniendo desde 1983. Es un disco llave que
anticipa la revolución musical del rock postdictatura que iría
aproximadamente hasta el 89’. Luego de la inicial “Gritar”,
viene “Ídolos”, que problematiza las relaciones de
identificación adolescente en tanto modelos fabricados por la
industria del arte. Desde el punto de vista del sonido, con estas dos
canciones ya bastaría para conocer todo el álbum. Despojado, con
baterías electrónicas, con teclados y bajos con efectos; con
guitarras distorsionadas y sonidos experimentales que por momentos
oscilan entre lo mejor de Joy Division y la lectura que el rock
español contemporáneo venía haciendo del punk anglosajón.
IV
“Viento
dominante // amo de la noche // responde a mis preguntas // no puedo
esperar”. Pasaron muchos años. Hoy que soy músico y convivo
con músicos me doy cuenta de que en Uruguay no existe el parricidio,
porque los padres de uno todavía pelean por ser reconocidos y en
cualquier caso uno opta por intentar pegarle al fantasma del abuelo,
a costa obviamente de repetir lo que los padres de uno ya dicen hace
20 años... El rock uruguayo de los 80s sigue siendo un problema, por
lo menos para el under. En la mitología del under hay que asesinar
cierta lectura únicamente política (y a menudo dogmática) y el
malhumor intrínseco de los rockeros de los 80s (deshacerse de sus
rencillas personales y su pose de molestia excesiva), una empresa a
la que ya se dedicaron unos cuantos en los 90s. Pero a la vez... Pero
a la vez la realidad del under sigue siendo en esencia ese malhumor,
ese malestar, ese odio mitad con motivos, mitad odio puro y
abstracto. Hace un tiempo el poeta Jorge Alfonso me dijo que en
Uruguay vendía de algún modo ser triste, que había como una tribu:
es verdad, a veces la tristeza se hace lugar común de nuestro arte,
pero a su vez, no deja de ser verdad en ciertos contextos su carácter
subversivo, su impronta intrínsecamente rebelde. Los orígenes de
esta forma de ver el mundo están en el romanticismo: inventor de la
subjetividad, de la adolescencia y de la angustia como manera de
rebeldía, como fuente de una estética. De mí: recuerdo que
mientras todos bailaban en los cumples de 15, me escapaba a los dos
de la mañana, compraba cigarros y me iba a casa a escuchar este
disco. Entonces también le pedía al amo de la noche la muerte, el
exceso, el placer sin límites, la locura. La causa puede ser
coyuntural, pero Tango que me hiciste mal le canta a un estado
del espíritu que no puede ser reducido meramente a metáforas
políticas e históricas.
V
Luego
“Areanistán”, un instrumental ejecutado únicamente por los
teclados del “Hueso Hernández” (bajo, teclados)... El disco,
producido musicalmente por Alfonso Carbone, lleva el sello musical
del “Hueso”. Existía en la banda una puja entre este sonido más
climático y uno más punk y sucio, encarnado por Gustavo Parodi
(guitarra), de melodías más simples y mucha menos experimentación.
Inclinada la balanza del lado del “Hueso”, Areanistán te
transporta a un sitio de fantasmas. Esa manera tan propia de ejecutar
el teclado... Luego la denuncia política explícita de “Torturador”
y el tópico romántico de la locura en precisamente “Vals de mi
locura”. Este tema no está presente solamente en los Estómagos;
también lo encontramos en canciones como “No estoy loco” de los
Traidores (un ejercicio interesante para ver tópicos de esta
generación es ver el diálogo en las letras de los Estómagos y los
Traidores, al margen de la retórica hostil de la dupla
Casanova-Nattero). La locura es asumida plenamente como fenómeno
político, en el que el encierro represivo se presenta como
antisubversivo, aniquilador. Los gritos de Gabriel Peluffo (voces) al
final de la canción logran erizar la piel. Estamos en la mitad del
disco y suena “Los seres vivientes” otra alusión a la violación
de DDHH durante la dictadura, esta vez un poco menos explícita que
en “Torturador”. La banda sigue sonando a postpunk inglés.
VI
“¿Quién
soy yo? // me traslado // ¿dónde estoy? // en ningún lugar”.
Desde la tapa del disco, pasando por el cuarto del tema que abre
el disco (“Gritar), hasta el final, la presentación de los
espacios es central en las canciones. Más que un espacio hay un
no-espacio, ese cuarto que encierra, la celda o el manicomio, la
búsqueda de un espacio propio del borracho antihéroe de “Ningún
lugar”, la intemperie de “Invierno” que obliga a huir
eternamente. No hay dónde ir; simbólicamente, no hay un espacio en
el que construirse como sujeto. Nuevamente la interpretación
histórica salta a la vista; pero al mismo tiempo, el problema de la
espacialidad se hace universal, y así universal, nos alcanza, nos
encuentra en nuestros cuartos, en nuestro vandalismo adolescente, en
nuestros delirios pueblerinos de grandeza a lo Chinaski... Junto al
espacio, el tiempo también atraviesa todo el disco: la noche. La
oscuridad de “Gritar” es respondida por la oscuridad omnipresente
de “En silencio”. La noche es un signo romántico retomado por el
pospunk; la noche aquí es un estado del alma cuyo punto simbólico
cúlmine es la muerte (el sonido final emulando un disparo). Quizá
la reducción de este estado a lo coyuntural político pueda hacerse
si entendemos que los problemas coyunturales de ese Uruguay no fueron
resueltos... Aún así, es necesario un distanciamiento que nos
permita valorar este (y demás discos de su época) sin el tufo de
sus creadores, sin el peso de sus lecturas y de sus guerras no
siempre actualizadas. La música impone hoy otras luchas tan genuinas
como lo fueron estas en su época. Es necesario volver a este disco
sin culpa y sin prejuicio y sentir lo que se nos de la gana; para
esos son las canciones, lo demás son momias, objetos despojados de
toda vida.
Si
este disco no fuese del siglo XX, sería del XVII, a finales...
Hoski.
Hoski.
Es que, no hay caso. Pasan los años pero es un disco que quedó en la sangre, en tanto nos habla desde aquella oscuridad que fue nuestro refugio identitario. Será que uno no abandona totalmente sus guaridas; al menos no cuando fueron parte de un ritual iniciático, como lo era escuchar "Los estómagos" y sentir la nostalgia de algo que no sabíamos bien qué era, como buenos "new romantics", para acuñar el término de aquellos días. Era, digo, la nostalgia de algo que no sabíamos, y hoy es la nostalgia de esa nostalgia, así que...no hay caso.
ResponderEliminarY aun sin tanta sensiblería, no pueden negar que es una obra inmejorable en cuanto a la generación de climas, de un estado de ánimo que atraviesa todas las formas de percepción con los escasos recursos de aquel entonces.
Me extendí un poco, solo quería agradecer por esta entrada.
Maine: deberías escribir en este blog.
EliminarGracias a vos por leer, por escribir y compartir tu experiencia. Este disco es riquísimo ya por el mero de hecho de haber generado tanto en tantos, y no solo en los 80s y principios de los 90s, sino también en algunos que somos más jóvenes. Mi rito iniciático era encerrarme en el cuarto a las 4 de la matina a escuchar el disco y escribir poesía hablando de mi muerte y de las gurisas que me gustaban y no me daban bola. Le tengo mucho cariño al que fui. Eso incluye el disco. Y sin ese discurso de "yo era pank con 15 años", porque lo sigo escuchando y descubriendo cosas nuevas. Abrazo!
Eliminar¡Más identificado imposible!
ResponderEliminarSin palabras... Necesitamos más de esto...
¡Arriba!
Gracias Naza!!! Todos los lunes iremos subiendo diferentes post!
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