lunes, 25 de mayo de 2015

Jacques Brel – Ne me quitte pas (1972)




Se precisa un genio especial para trabajar con lo cursi y no ser cursi. Pienso en las delicadas perfecciones de Douglas Sirk, en algunos versos de Julio Herrera, en las canciones de Jacques Brel. Es difícil hacer una canción llamada “No me dejes” y eludir el ridículo. No es fácil cantarla en un primer plano intimísimo, completamente sudado y al borde del llanto, y no hacer el ridículo, tampoco [ver: https://www.youtube.com/watch?v=NhpHMmnGXOA].

Ne me quitte pas es un disco de grandes éxitos raro porque Brel volvió a grabar todos los temas que lo componen, es decir: no es mero conjunto de canciones, sino un disco hecho de nuevo a partir de versiones. Y allí están, sin duda, varias de las mejores reinterpretaciones de sus maravillosas canciones. Trabajar (y enfatizo en ese verbo) con lo cursi es algo que al belga le sale a la perfección. Brel jamás hace el ridículo, ni cuando repite, ensimismado Je t’amais tant, en “Clara” y en “Marieke”. Y Marieke es, aquí, el centro. Lamento dejar de lado otras joyas de este disco como la polémica “Les Flamandes”, la declaración de amor “Les Prénoms de Paris” o “Les Biches” y su oro, pero cada una necesita su momento y “Marieke” contiene el núcleo de la poética de Brel y es, en mi opinión, el discreto y definitivo himno de lo perdido, única sustancia valiosa del mundo.

Las referencias crean un denso entramado y suenan ecos de “Le Plat Pays”. Brel se dirige a sí mismo, se cita y repite. Se dirige a los poetas decadentes, a los trovadores, a la lírica francesa y al folk flamenco y al vals. Canta canciones de amor que parecen canciones de gesta, agrega tono sobre tono, manchas de “realismo”. La realidad se cuela en las ensoñaciones. El final de “Marieke” es perfecto porque, mimético, reproduce las campanas de las torres de Brujas y Gante que son el leitmotiv y a la vez desespera con reminiscencias de sirenas, de trompetas apocalípticas o de gongs de muerte. Canta Brel mitad en francés y mitad en flamenco. Canta para “nosotros” en francés, nos cuenta (aunque se dirija siempre a ella) esa historia de su amor que parece vivir en el recorrido exacto (que he hecho y admirado y padecido en sueños) entre una ciudad y otra. Gante y su políptico, la catedral de San Bavón, callejuelas y jardines. Brujas y el espasmo, la Venecia del norte, o el encanto del cisne que pregunta en el estanque cuadrado o en el patio cerrado o la ochava angulosa. Piedra y agua y rosas. Y waffles con chocolate caliente, o torta de manzanas en la tarde de lluvia. Y el tren es siempre ese vértigo de amor, de distancia, de la ruptura quejumbrosa del espacio y del tiempo de ver por la ventana pasar como una mancha el campo, el lampo, el estremecimiento de las construcciones que se inclinan y se estiran y se pierden finalmente en la tarde marrón y en la noche de estrellas frías. Yo te amé tanto, repite Brel y el eco da un espesor taciturno. Y da la realización del artificio. El cielo flamenco llora conmigo. Decantado lirismo repetido, recontra repetido del paralelismo psciocósmico de la profesora con chaqueta de literatura tercerodeliceo. Pero luego Brel canta en flamenco, unos versos que suenan a lenguaje cifrado, a secreto de amantes. La lengua de la patria es la lengua del amor. O: la lengua del amor es la lengua de la patria. Como sea, Brel le habla a Marieke más que nunca no cuando le dice Ay Marieke, Marieke revienne le temps / O tu m'aimais de Bruges à Gand sino cuando sentencia En schuurt het zand over mijn land / Mijn platte land, mijn Vlaanderland, cuando su país (la tierra, el océano viejo gris widow-maker, el cielo, su luz ambigua, el verano) muere con él y le recuerda su dolor. Su amor ido. La voz de la tierra, esa negación que le costó el desamor de sus compatriotas, regresa como un coro fúnebre, el universo mismo que sentencia (no es el olmo seco de Machado) el fin de las cosas. Brel canta, siempre al borde de lo cursi, una desolación y a los gritos que se pierden al final como todo se pierde: en el estruendo.

Frente a la casa de Brel, en Bruselas, hay una plaza minúscula. Un triángulo con un árbol único. El árbol dice: el tiempo pasa.

Si este disco fuera una estación, sería un otoño indefinido, como este. Un verano que no se quiere ir, pero se va yendo por las madrugadas.


Francisco Alvez Francese.

4 comentarios:

  1. Lindo final.

    Mi profesora de francés una vez dijo que qué horror Jacques Brel cuando canta "ne me quitte pas". "Todo sudado, mendigando amor... un asco", agregó.
    A la clase siguiente no fui. La otra tampoco.
    No voy más.

    ¿Cómo junto todos los pedazos? No me dejes. Tenés que quedarte conmigo porque solo vos sabes si creo en algo a veces. Tenés que quedarte para decirme si está bien o si está mal o si no es asunto mío. Tenés que quedarte para decirme quién soy, para que no lo olvide, para que no me lleve un rayo hacia el centro de la tierra. No podes irte porque sólo vos sabes si quiero seguir viviendo. No me dejes. Aunque todo sea incierto pedime que salte (yo cambio la música por oír tu voz), pedime que salte en la oscuridad pero no me dejes. No me dejes.

    Sbarra

    P.d: esa puta nunca se enamoró

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias! Es un tema precioso Ne me quitte pas, y ese video es increíble. Muy verdadero (aunque sea todo actuación).

      Eliminar
  2. Pa, qué culto que sos, quiero ser tu novia.
    Pero no hablás francés ni flamenco, te hacés el amigo de brel, suponés que tus lectores también somos amigos de él, todo mentira. Nos querés hacer sentir incultos y bobos. ¿Por qué? Aunque lo seamos: ¿Para qué?

    ResponderEliminar